sábado, 3 de diciembre de 2011

Los años sin Riquilme

Con una década y un poco más, el siglo XXI ha dejado de ser una novedad. Sin duda estamos más que inmersos en él y una prueba de ello es el uso (a veces desmedido) de tecnologías para cualquier actividad. El boom cibernético, así como la constante aparición de accesorios tecnológicos, nos facilita, aunque también impide, llevar a cabo diferentes labores. Tenemos como ejemplo las relaciones afectivas. Hoy en día la comunicación de muchas parejas se construye a partir de mensajes de texto o charlas vía chat. Teléfonos y computadoras ponderan el contacto humano, el nexo visual y armonioso de ver a la persona amada, el vínculo físico de sentir la piel del amante con una caricia. Podría decirse que perdemos lo romántico, pero quizá solamente reducimos la expresión del sentimiento.
Algo similar pasa con el fútbol. El uso excesivo de tomas televisivas para transmitir un partido en ocasiones incumple con su objetivo y sólo se nos permite observar un pequeño fragmento de toda una jugada. De igual forma pocas veces podemos presenciar en toda su magnitud el juego de un equipo debido a que las cámaras se enfocan en un solo futbolista, donde incluso ni siquiera vemos su accionar con el balón y en cambio se nos brinda “la exclusiva” de su rostro o los zapatos que utiliza.
De esta manera se desprende una herramienta facilitadora para los medios, pues se nos hace más sencillo propiciar “debates” en función de los zapatos que usa tal futbolista o generamos polémicas para determinar cuál jugador es mejor a otro sin darle al aficionado (lector, televidente o radioescucha) argumentos netamente futbolísticos y sí basados en su aspecto físico. Digamos que se vende una idea práctica sin contexto que el aficionado compra sin cuestionar. Recientemente tenemos las discusiones sobre comparar a Lionel Messi con Cristiano Ronaldo, comparaciones construidas para reñir por reñir resaltando sus defectos. ¿Por qué no asimilar que cada uno posee cualidades individuales que los convierte en grandes futbolistas? ¿Por qué ponerlos a pelear en lugar de valorar el aporte que cada uno brinda a la construcción de juego en sus respectivos equipos?
Pero tal ha sido el manjar mediático respecto a estos dos jugadores que a muchos aficionados se les ha sustentado la idea de que cualquier otro futbolista, para ser valorado, debe alcanzar los parámetros que se establecieron con respecto al argentino y portugués. Sin embargo aun existen jugadores que se salvan de esa cacería “informativa”, de esa fábrica mercadotécnica escudada en “cobertura deportiva”. Afortunadamente hay futbolistas, cracks, que le son irrelevantes a los medios. Uno de ellos Juan Román Riquelme.
No juega en Europa ni es figura de su selección. Pero quién dijo que para jugar al fútbol se necesita un continente de marca registrada o una nacionalidad. Lo que se requiere es de un balón y del deseo de jugar por jugar. Y eso Riquelme lo transmite a flor de piel. Actualmente las lesiones le han impedido demostrar, derrochar, ese talento con el cual nació. Su ausencia en las canchas debido a esas lesiones ha orillado a un sector de la prensa y aficionados a tildarlo de “acabado”, de un jugador decadente. Aquí es cuando surge el síntoma de una posible extinción de la memoria, mal de gravedad para la modernización de estos tiempos.
Caminamos de acuerdo al hoy establecido por los cánones de ese llamado “fútbol moderno”, donde lo que importa es el resultado y no interesa quién y cómo juegue, sino que gane. Donde no importan los que han sido, sino los que están. Sin embargo con Riquelme es imposible amarrarse a ese presente impuesto, pues el lujo imborrable de sus virtudes no tiene límite de tiempo. En todo caso, si es que lo hay, su temporalidad radica en una futura nostalgia, su retiro. El día que Juan Román diga adiós a las canchas no sólo los hinchas de Boca lamentarán la partida de un ídolo, sino además el fútbol estará despidiendo al último jugador que mantuvo viva a la posición de enganche.
Pocos como él pueden presumir del respeto que le tienen los entrenadores. Dada su posición y cualidades, Riquelme es libre y los técnicos no le obligan a aprisionarse en una estructura férreamente táctica. Entienden que a él le basta un balón, una jugada cobijada por su pensamiento para decidir lo mejor, y que su lenguaje no es de pizarrón, sino de la emoción de estar en el campo.
Boca está a un paso de ser campeón en Argentina y probablemente Riquelme no esté en la cancha para ser partícipe del partido decisivo que ha de darle el título a los Xeneizes. Pero esa copa no borrará el antecedente, la historia forjada por un hombre que se convirtió en ídolo no nada más por sus goles y amor a la camiseta, sino también por la calidad futbolística que obsequió a millones de futboleros.
Dicen que nadie valora lo que tiene hasta que lo ve perdido. Quizá sea hasta que ya no se vea a Juan Román haciendo dribles, deleitándose con túneles, poniendo pases a gol como con la mano, diseñando el ataque o anotando golazos cuando se le reconozca. Quizá no. Pero en el mismo camino irían Messi y Cristiano, quienes también algún día dirán adiós y corren el riesgo de pasar al olvido.
Sería injusto, así como con Riquelme, que Messi y Cristiano pasen a formar parte de una galería de “bonitos recuerdos” cuando su fútbol permite aguardarlos como figuras imborrables. Triste sería que se les recuerde por una batalla mediática que tuvo como fin compararlos sin enaltecer sus virtudes y talentos en la cancha. Peor sería que después de haber sido los hombres del momento pasen a ser etiquetados como elementos del famoso “ya fueron”.
Pasarán los años, y vayan ustedes a saber cómo avanzará la tecnología, pero algún día volverán a ver una jugada, un gol, ya sea de Messi o Cristiano y lo disfrutarán como si fuera la primera vez. Para ese entonces no estarán comparándolos, simplemente admirándolos. ¿Por qué no empezar desde ahora? Recordemos que la memoria se construye a partir del deseo de algo que no queremos borrar.
Los medios nunca tirarán, tiraremos dijo el otro, la primera piedra, pues libres de culpa no están. No obstante, los aficionados tienen la oportunidad y la decisión de salvarse. Citando nuevamente el caso de las relaciones virtuales, es como decirle a la novia “te amo” todo el día por teléfono, pero a la hora de tenerla enfrente se nos cansó la palabra, o peor aún, se apagó la emoción.
Todo lo anterior para resumir que ya comienza a extrañarse a Juan Román Riquelme.
 Los años sin él comienzan a pesar.

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