domingo, 20 de noviembre de 2011

La carta

Tenía varios días que la temporada de frío había comenzado y mi desidia de abrir la maleta y desempacar los abrigos que no usé durante los días cálidos habían causado que pareciera retrato vistiendo por varios días la única chamarra que tenía en el clóset.

Así pues, ya decidido los saqué y me puse a revisar los bolsillos antes de enviarlos a la tintorería. Fue entonces que encontré en el bolsillo derecho un papel, que sin abrirlo supe lo que contenía.
De inmediato, los recuerdos golpearon mi mente y se vino a mí esa escena en la que estábamos ella y yo discutiendo bajo la luna, por el teléfono a la distancia, cada quien en su casa.

Lo abrí y comencé a leer la carta que nunca le entregué. 
“¿Sabes?, no hay día que no te piense ni momento en el que no desee estar contigo. Tu sonrisa, tus caricias, tus charlas, tus locuras y tus silencios me complementan, me llenan, me enamoran de ti.
No sé si lograré ser aquel al que consideres el amor de tu vida, pero cada día me esmero en hacerte feliz. 
Déjame compartir contigo tus días, ser tu compañero, tu cómplice, tu amigo. Déjame estar contigo y llevarte de la mano siempre, platicar contigo cada tarde. Déjame hacerlo todo para que nunca me dejes.
Cásate conmigo, sé mi mujer”.

No pude evitar llorar al terminar de leerla. ¿Dónde había quedado todo aquel amor, todos nuestros planes y ese futuro que no llegó?

Me di cuenta entonces que la seguía amando, que aún quería estar con ella, que al menos para mí, todavía había algo, mucho… todo.

Ahora estoy aquí, sentado afuera de su casa, esperando que el valor llegue a mí y me decida a tocar su puerta y decirle que aún quiero ser aquél.

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