martes, 21 de mayo de 2013

Las Hienas de Mou


Tiempo de lectura: 5 minutos]
[Canción para acompañar: "Weird Fishes" – Radiohead]

Hubo una época en que la locura fue utilizada como arma de revolución, cuyo protagonista principal fue Steve Jobs. Intentando derrocar la figura del “Gran Hermano”, Jobs, mediante sus sofisticados aparatos electrónicos, invitó a todos a pensar diferente, a no seguir las reglas, a innovar y a que les importase un carajo la opinión de los demás. Sus ideales eran atractivos, en un principio, pero también difíciles de aceptar por ser radicales, abstractos e incompatibles con lo que la sociedad estandarizaba como ‘bueno’. Logro tras logro, Jobs se iba llenando de halagos, oportunidades, seguidores y, sobre todo, de evangelistas.
En 1985, Jobs apenas había sacado al mercado el Macintosh, hecho que catapultó el éxito de Apple exponencialmente. Steve conseguía llegar a sus 30 años teniendo una fortuna brutal que derivó en fama global y, “afortunadamente” como él diría años más tarde, en su primer gran tropezón. La mesa directiva de Apple, encabezada por John Sculley, decidió, para sorpresa de todos, remover la semilla del fruto, la raíz del árbol, el corazón del sistema sanguíneo. Steve Jobs estaba fuera de su propia compañía y todo porque un grupo de personas pensó que su conducta no era la apropiada, que su éxito había sido fortuito y que, si se buscaba la estabilidad a largo plazo, su “locura” no tenía lugar en el camino supuestamente correcto.
“Jobs, básicamente, creó su propio equipo de trabajo y su propio producto, el Macintosh. Su equipo tenía su propio lugar de trabajo y levantaban una bandera pirata promulgando el lema ‘Mejor ser un Pirata que estar en la Fuerza Naval’. Demandó demasiado de la gente que trabajó para él, lo cual era parte de su grandeza. Pero al mismo tiempo los trataba muy mal… ser gentil y amable no era parte de su comportamiento”, replicaba John Sculley en una entrevista.
Lo que sorpresivamente había llegado a ser un movimiento revolucionario, terminó yéndose por la borda de la manera más predecible. Cuando Jobs abandonó el barco, todos le dieron la espalda. Es normal, ¿quién querría estar con un loco fracasado? Bien sabemos que la locura sólo encuentra apoyo si va de la mano del éxito, de lo contrario, sólo termina siendo un pobre diablo inadaptado que intentó hacer algo diferente para llamar la atención. Pocos, por no decir unos cuantos, mantenían la fe en la visión y hambre que proyectaba Jobs, y sabían que en un futuro, lejano o cercano, se volvería a levantar como un Fénix, callando bocas, dándole de comer a otras y abriendo múltiples para recibir halagos nuevamente.
El deporte, como la vida, evoluciona cuando las vacas sagradas son asesinadas, cuando las suposiciones básicas son puestas a prueba. John Toshack, Guus Hiddink, Fabio Capello, Benito Floro, Leo Beenhakker, José Antonio Camacho, todos tuvieron que ser asesinados por un entrenador surgido de las fuerzas básicas, una idea loca en un club de semejante prestigio, para que el Real Madrid volviera a tener un estilo definido, un grupo que emocionara y un ideal que encantara. Cuando Vicente Del Bosque abandonó la institución, las respetables pero ridículas suposiciones de un señorío, de una elegancia, de una compostura ejemplar, de una seriedad en la ejecución, de una pureza en la transmisión del mensaje y, sobre todo, de un conservadurismo institucional impuesto de manera hereditaria (*), quisieron devolverle el éxito al Real Madrid sin darle cabida a la innovación. Hasta que llegó José Mourinho.
La llegada del portugués dividió, necesariamente. Quienes estaban hartos de una frialdad y compostura inútil, encontraron en Mourinho el portavoz ideal para un nuevo renacer. Los otros, incómodos ante la manera de hablar, moverse y dirigir del que se hacía llamar “especial”, esperaron. Se mantuvieron callados, viendo si los resultados aparecían. Si sí, seguían callados. Si no, al más mínimo indicio de que el tren podía descarrilarse, se bajaban del vagón inmediatamente argumentando que los niños se van a jugar al jardín y los adultos pueden –y deben– permanecer en la sala platicando. A esa edad y con altas responsabilidades, no hay tiempo de ensuciarse y divertirse jugando como infantes.
Las personas que logran hacer cosas diferentes, llamativas y sobresalientes, realizan un paso esencial que pisotea el ego de toda vaca sagrada: pedir perdón en lugar de pedir permiso. Y esto, fue lo que más enfadó a los conservadores. ¿Por qué ruedas de prensa polémicas? ¿Por qué festejar los goles eufóricamente? ¿Por qué tanta soberbia? ¿Por qué sentar a Casillas? ¿Por qué armar escándalos en el vestidor? ¿Por qué ayudar a un utilero mexicano? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Pur qué?
– “Es que esos no son los valores del Real Madrid”, dirían algunos.
– “Es que nuestra imagen es blanca, recta y pura”, añadirían otros.
– “Es que no, qué oso, o sea, imagínate…”.
José Mourinho no sólo cambió la forma de jugar los partidos en el Real Madrid, sino que también la forma de vivirlos. Lo diferente es mejor sólo cuando es efectivo y divertido. Y lo efectivo vaya que deambula en un campo subjetivo. Como también lo hace la palabra “fracaso”. La estadía del portugués probablemente finalice y, al ver que se está yendo con las manos semi-vacías, es un indicio suficiente para suponer, sin fundamentos, que el tren se descarrilará. Es tiempo de saltar para muchos. Pero recuerden que cuando el Tigre mata a la presa, son las hienas, desesperadas por el hambre, las que están más felices.


(*) Porque aunque no lo crean, el fútbol, al igual que la religión, la educación y la política, padece de ese cáncer llamado “La fe ciega y estúpida en la autoridad”.




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